viernes, 18 de julio de 2014

"La importancia de las experiencias tempranas para el desarrollo del pensamiento", Articulo de Cecilia Assael.

La directora del Centro de Desarrollo Cognitivo de la UDP señala que es fundamental focalizarse en la calidad de la interacción y convertirse en un mediador entre el mundo y el niño o niña. Ello, asegurándose de que las interacciones del jardín y las del hogar se potencien como experiencias de aprendizaje.   

"Las bases de la Educación Parvularia nos hablan de concebir al organismo humano como un sistema abierto modificable, en el cual la inteligencia no es ya un valor fijo, sino que ésta se desarrolla a partir de la intervención de un mediador eficiente. El desarrollo del cerebro, depende entonces de un complejo interjuego entre los genes con que se nace y la existencia de un sistema de influencias en ambientes enriquecidos y las experiencias variadas que se tienen.

En cada niño hay un potencial de aprendizaje que puede emerger con más o menos fuerza, a partir de experiencias educativas que permitan que el niño o la niña, adquieran aprendizajes a partir de interacciones oportunas, intencionadas, pertinentes y significativas, especialmente en los primeros años.

¿Qué rol cumplen las interacciones desde los jardines, desde las familias para esta manifestación del potencial de aprendizaje? ¿Son estas interacciones relevantes para preparar a los niños y niñas para que puedan beneficiarse de las nuevas y diferentes experiencias a las cuales estarán expuestos?

¿Pueden estas interacciones desde los jardines, desde el hogar, transformarse en experiencias de aprendizaje que promuevan el desarrollo cognitivo y afectivo de los niños y niñas?

Rol mediador

El niño puede estar expuesto a muchas fuentes de estimulación (juguetes, instrumentos tecnológicos, etc.), pero puede no estar beneficiándose de ello, puesto que el entorno se las presenta de manera caótica, azarosa, desordenada.  Se requiere entonces de un adulto intencionado que medie entre el niño y estos estímulos, asegurando que este mundo de la cultura humana en el cual todos estamos insertos, pase a ser también el mundo de ese niño. Juegan aquí un papel relevante las interacciones que el niño o niña pueda tener tanto en el jardín como en el hogar, puesto que el mediador puede ser cualquier adulto que tiene la intención de poder transmitir y ayudar a que el niño se apropie de la cultura humana.

Este es un proceso muy natural desde que la especie humana existe. Un proceso que han hecho los abuelos y los padres con sus hijos, de generación en generación. Sin embargo, esto solía darse en contextos que son muy distintos a los que vivimos actualmente: las familias eran más extendidas, había menos desarrollo de lo audiovisual, habían niños que jugaban mucho más entre ellos, más presencia de los abuelos. Hoy, la vida es bastante más caótica y se hace necesario aprender a entregar estas experiencias, que en alguna etapa se daban de manera natural. De no hacerlo, corremos el riesgo de que los niños, por si solos no logren hacer emerger todo su potencial de aprendizaje.

No obstante, no toda interacción adulto-niño genera una experiencia de aprendizaje. Se requiere que dichas interacciones, fomenten el desarrollo de funciones del pensamiento y el despliegue de factores afectivos motivacionales. No se trata de interacciones azarosas ni casuales, hay que instalar hábitos de pensamiento en los niños. Pero como todo hábito, no se logra en un día, ni en un año. El hábito implica mucha sistematicidad, de manera transversal, y a lo largo de los años, por lo tanto, lo que se haga en el jardín infantil y desde las interacciones en el hogar, es crucial para este desarrollo del pensamiento.


Oportunidades de aprendizaje.

No se necesitan grandes medios, ni muchos estímulos, por el contrario, se trata de aprovechar las interacciones para convertirlas en oportunidades de aprendizaje. Por ejemplo, en la sala cuna, la agente educativa le va a dar la mamadera a una guagua, se da cuenta de que está muy caliente la leche, así que se da vuelta y la enfría.

Si ella, al hacer todo esto, le va hablando al niño sobre lo que está haciendo, puede tener un efecto muy distinto. Al hacerlo, le está dando claves, le está diciendo "tenemos un problema, la mamadera está caliente" (le está ayudando a definir problemas); "nos podemos quemar" (le está generando relaciones causa-efecto); ¿"qué podríamos hacer entonces" (le está ayudando a generar hipótesis);"la vamos a poner bajo el agua fría" (alternativas de solución). Esto tiene una tremenda importancia, ya que esa interacción contribuye a que el niño esté expuesto a que alguien fue formulando una situación donde existe la necesidad de poner en juego esas funciones del pensamiento, es decir, identificar el problema, ver las causas y consecuencias de éste, plantearse hipótesis y generar soluciones. Esta sola interacción no generará un hábito, pero si pensamos este tipo de interacciones a lo largo del día y a lo largo de los años, ciertamente estamos generando mayores oportunidades de aprendizaje, con las interacciones simplemente cotidianas.

Desde el hogar, no es lo mismo exponer a un niño o niña a un juego, por entretenido que éste sea, a convertirse en un mediador de ese juego para potenciarlo como experiencia de aprendizaje: ¿miremos lo que hay?, "miremos bien, exploremos", ¿qué creemos que podríamos hacer con esto?, ¿cómo lo ordenaríamos?, "mira se me ocurre así", ¿y a ti cómo se te ocurre?, ¿comparémoslo con este otro?, "¡no tan rápido, detengámonos un minuto!".

O bien, cualquier otra situación cotidiana: "nos vamos a poner un chaleco", "aquí adentro está calientito, afuera hace frío", "ahora vamos a salir, entonces el chaleco es para que nos proteja del frío, mira yo también me pongo un chaleco".

No se necesitan ni muchos materiales, ni mucho tiempo, pero si focalizar en la calidad de la interacción y convertirse en un mediador entre el mundo y el niño o niña. Esto puede hacer la gran diferencia, asegurándose que las interacciones del jardín, conjuntamente con las del hogar, se potencien como experiencias de aprendizaje, y no perdamos como agentes educativos o como padres la oportunidad de haber contribuido a la formación de un ser humano capaz de aprender finalmente por sí solo y sentirse competente".

Nota publicada en El Mercurio.

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